viernes, 3 de septiembre de 2010

el sueño


Eran las 10:15 hs, mi caballo iba a la cabeza pero la carrera aun no terminaba, pasaba levantando tierra por delante de mis ojos y sus crines marrones que saltaban como en cámara lenta, me recordaban a los ojos de él. Parte de mi estaba sumamente nerviosa, tal vez porque mi apuesta era vital, toda su herencia estaba en juego y la responsabilidad de decidir quien sería el dueño de esa fortuna estaba en manos del destino y en cuatro patas que galopaban sin cesar como las agujas del reloj que marcan los segundos como corcheas en un pentagrama. Pero por otro lado, en mi interior me sentía tranquila, confiada, tal vez porque todo era un sueño.
Planetario pasó nuevamente y el reflejo del sol en sus relucientes herraduras nuevas atravesó mis ojos encandilando mi mirada y mis pensamientos. Los gritos de todos los espectadores y la suspensiva voz del relator, que narraba de una forma tan pasional que parecía que el también había apostado su vida, invadían mis oídos por fuera, mis orejas, pero oía dentro de mi el palpitar de mi corazón, del de Planetario, del de él la ultima vez que me recosté sobre su pecho, y las pisadas del caballo que aumentaban su volumen y se transformaban en redoblantes que marcaban los últimos minutos de suspenso.
Planetario pasó por la meta y mi corazón se detuvo, entonces todo fue silencio, todo en el mundo parecía haberse callado pero veía como la gente abría sus bocas y emitía gestos de disgusto y sonrisas, y coronaban a Planetario con una aurora de flores multicolores, y el boleto en mi mano que representaba la victoria. Tal vez sentía una sensación de saciedad por la textura que tenían las nubes ese día, tal vez porque así mi subconsciente conseguía hacerme sentir mas frustrada.
Abrí los ojos, bostecé y puse mi mano sobre la frente. Mi frente, ya bastante arrugada, con las cejas débiles que cuidaban mis párpados rojizos, siempre cansados. Con la cabeza sobre la almohada podía ver en frente de mi esa foto ya amarillenta, Planetario y yo junto a una de nuestras copas. Me saqué las sabanas de en sima. Me senté y vi mi pierna. Otra vez el mismo sueño. Por alguna extraña e ilógica razón, cada vez que tenía ese sueño despertaba con la necesidad de comprobar que mi pierna seguía inerte, inmóvil. Miré a mi lado, él continuaba dormido. Con un poco de esfuerzo me recosté nuevamente e intenté volver a dormirme. Decidí que ya era momento de dejar esa nostalgia en el pasado, que aunque a mi corazón le parecía sin sentido, tal vez esa caída había sido alguna especie de señal.

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